3 de mayo, un momento para llorar, proteger y apoyar a una prensa global en crisis

En un año que marca una de las mayores tragedias para los periodistas de la historia, en el que más de 100 colegas palestinos en Gaza murieron en la guerra de Israel contra Hamás, la necesidad de proteger a los periodistas nunca ha sido más evidente y urgente.

La carga del acceso a información confiable e independiente que da forma a nuestra comprensión del mundo siempre ha recaído en los periodistas. Las presiones extremas y las amenazas implacables que enfrentan hoy para lograrlo no tienen precedentes.

Las consecuencias revelan algunas de las cifras de muertes más altas jamás registradas, ataques físicos y digitales generalizados que causaron estrés y trauma fisiológico generalizados, aplastantes repercusiones legales y financieras y un ambiente general antiprensa en cada lado. ¿Cómo nos ha llevado hasta aquí defender el interés público y explicar cómo funciona el mundo?

Creo que la respuesta es simple: como sociedad, nos hemos vuelto expertos en socavar nuestro mejor interés, una condición que conviene a quienes tienen más que perder y que puede ser fatal para los periodistas que buscan confundirnos para que lo consideremos.

Cubrir la guerra y los conflictos conlleva sus propios peligros inherentes, pero no hay dos conflictos iguales para los hombres y mujeres que informan sobre ellos. Sin embargo, entre Gaza, Ucrania y el olvidado conflicto de Sudán -entre muchos otros- la conclusión es que los periodistas son atacados y, cada vez más, de forma deliberada. La intención es forjar una guerra de información que vaya paralela a objetivos políticos y militares estratégicos, burlándose de los repetidos recordatorios de que los periodistas no son combatientes. Ha quedado claro desde hace algún tiempo que se les considera presa fácil y que el periodismo que producen es un «arma» peligrosa que hay que someter.

Y lo más alarmante es que las mismas tácticas se extienden mucho más allá del conflicto y se extienden a casi todas las áreas del periodismo. Nos estamos poniendo al día en términos de contraataque, nos han pillado desprevenidos y no queremos creer la magnitud y la crueldad de los ataques contra nuestra profesión.

Por eso debemos recurrir a nuestras herramientas, fortalecer nuestros valores y, frente a estos desafíos aparentemente insuperables, hacer más, no menos, de lo que mejor sabemos hacer.

Nuestra credibilidad y relevancia dependen de hacer nuestro trabajo, hacerlo de la mejor manera posible y recordar a nuestras comunidades (nuestras audiencias) que les servimos a ellos y a sus intereses por encima de todo. La Declaración Santiago +30, publicada durante las celebraciones del Día Mundial de la Libertad de Prensa de la UNESCO en Santiago de Chile, revisa un plan para un periodismo independiente de calidad y las responsabilidades de todas las partes interesadas para garantizarlo.

Reconocernos unos a otros y apoyar el trabajo que se está realizando (para defender el planeta, exponer crímenes de guerra, llorar con nuestros colegas) es igualmente vital. Un momento de reflexión, un momento de solidaridad: para eso está el Día Mundial de la Libertad de Prensa.