Detener a Trump en las urnas

Y si Trump gana, después de un período de duelo, tendremos que encontrar una manera de aceptar que ya no viviremos en la democracia que nuestros padres lucharon por proteger. Observaremos con asombro y miedo cómo la sociedad decae progresivamente, cómo erosiona sistemáticamente nuestra fe en las instituciones en las que alguna vez confiamos, cómo nuestros derechos son despojados uno por uno, algunos de manera tan gradual que escapan a nuestra atención. El embate de una crisis tras otra abrumará nuestra capacidad para procesar y comprender lo que está sucediendo, tal como sucedió durante la era Covid, pero mucho, mucho peor. La avaricia, el engaño, el soborno, el abuso y la corrupción se convertirán en la norma, simplemente en lo habitual, el modelo de Trump para ganar. La supervivencia del más fuerte se convertirá en la ley de facto del país. Nos convertimos en un gigante Pottersville.

La mayoría de mis amigos decentes y conciudadanos de derecha que apoyaron a Trump serán felices en este nuevo mundo feliz, al menos al principio. Pero eventualmente se darán cuenta de que su gran revolución nunca fue acerca de ellos. Por supuesto, llegado este punto ya será demasiado tarde. Aquellos que tengan la mala suerte de estar entre el grupo cada vez menor de leales a Trump defenderán lo que hicieron. Al principio culparán a los sospechosos habituales: inmigrantes, negros, China, mujeres, liberales, científicos, profesores, intelectuales. Pero gradualmente se darán cuenta de que la interminable y creciente lista de chivos expiatorios nunca fueron realmente el enemigo, incluso cuando se quedan quietos y observan con horror cómo cada uno de ellos es detenido y eliminado.

Con la recién descubierta inmunidad de Trump, los elogios de la Corte Suprema y sin barreras que lo detengan, tiene la intención de reclasificar a los empleados federales como personas designadas políticas y reemplazar a los burócratas clave del poder ejecutivo con leales. Hará del Departamento de Justicia su brazo político para reprimir la disidencia y perseguir a sus «enemigos». Después de recortar departamentos clave como educación y seguridad nacional, se jactó abiertamente de que invocaría la Ley de enemigos extranjeros para acorralar a inmigrantes ilegales en una deportación masiva sin precedentes, que seguramente creará perturbaciones y agitación masivas. Esto lo lleva inevitablemente a declarar la Ley Marshall, que provoca una implosión de los sistemas de gobierno y un caos masivo.